En el último año y medio, la emergencia sanitaria ha pasado factura en el ámbito empresarial. Un entorno complejo donde convergen, y a veces colisionan, las aspiraciones corporativas más exigentes y la dimensión anímica del capital humano, dando pie, en ocasiones, a un tenso y frágil equilibrio que la pandemia ha puesto a prueba.
Miedo, ansiedad, tristeza e incertidumbre. Falta de motivación, problemas de concentración, inquietud, desasosiego y cierta irritabilidad son algunos de los signos más comunes de estrés laboral, amplificados ahora por la situación epidemiológica. Señales de aviso que pueden cronificarse (dando pie al burnout o síndrome del trabajador quemado) y desbordar la salud de los empleados, conduciendo a un agotamiento que desemboque en un deterioro generalizado de su calidad de vida.
Las empresas son conscientes de que su éxito -o fracaso- está estrechamente ligado a las personas y a sus capacidades, sin las cuales difícilmente se podrían consumar los objetivos marcados en sus hojas de ruta. Unas metas, vinculadas a conceptos como la productividad, el rendimiento, la rentabilidad y la competitividad, imposibles de alcanzar sin el cuidado y la protección de la salud física, psicológica, emocional y social de los empleados, auténtica fuerza motriz de las organizaciones.
El bienestar mental, una prioridad para las empresas
Gran parte de la vida de una persona discurre en el trabajo. Ya sea presencialmente o en remoto, en consonancia con los nuevos tiempos. De ahí que el clima laboral, el ambiente en el que los trabajadores se desenvuelven, resulte fundamental para su salud y bienestar, así como para su rendimiento, con su reflejo directo en la productividad empresarial.
Conscientes de la importancia de priorizar activamente la gestión emocional, cada vez más empresas están llevando a cabo una revisión de sus políticas para tratar de proteger y promover la salud, la seguridad y el bienestar laboral de todos los trabajadores. La finalidad no es otra que la de garantizar un ambiente de trabajo saludable, con especial foco en la salud mental, un factor, cada vez menos tabú, esencial para atraer y retener talento. En esta dinámica, el mindfulness tiene mucho que decir.
Con raíces en la doctrina budista, la traducción del inglés de esta técnica de relajación significa literalmente “atención plena” o “conciencia plena”. Un “estado mental” centrado en la inmediatez del presente. O lo que es lo mismo: una forma de pensar, desprovista de connotaciones religiosas, que ayuda al autocontrol, a gestionar correctamente los pensamientos y las emociones, con la que estar atento de manera intencional, deliberada, a aquello que ocurre aquí y ahora, consiguiendo una concentración absoluta en los objetivos y renunciando a las distracciones externas.
Aplicados al terreno empresarial, los programas de mindfulness se abren paso, de manera paulatina, como herramienta de gran valor para que los equipos de trabajo y las personas que los componen aprendan a desplegar medidas con las que gestionar el estrés en sus puestos de trabajo, regular sus emociones y desarrollar un espíritu resiliente, con sus consiguientes beneficios positivos para el clima laboral y el conjunto de la organización.
Beneficios generalizados
Cada vez más organizaciones se apuntan al mindfulness empresarial, habida cuenta de sus bondades para reconectar e impulsar, de una forma positiva, los planos personal y profesional de los empleados, la vertiente física, emocional y cognitiva de su fuerza laboral.
En resumen, el mindfulness aplicado al ámbito profesional ayuda a:
- En primer lugar, mejora el estado de ánimo y reduce el estrés laboral y la ansiedad, catalizadores de muchos problemas de salud (presión arterial alta, dolencias cardíacas, insomnio, depresión, entre otras patologías). Su práctica ayuda, pues, a rebajar la incidencia de las enfermedades asociadas al trabajo, lo cual, desde el punto de vista de la empresa, se traduce en mejores desempeños, en una disminución del absentismo y de la conflictividad laboral.
- Mentalmente, el mindfulness revierte en un aumento de la concentración (o atención plena), la memoria y la motivación, centrando el foco en los aspectos prioritarios, un factor crucial para incrementar la capacidad de análisis y comprensión a la hora de afrontar dificultades, tomar decisiones y encontrar las soluciones adecuadas.
- Gracias a esta técnica de meditación y gestión del estrés, la consciencia gana terreno a la impulsividad, al tiempo que se estimula la perspectiva hacia los demás, la empatía, la confianza, la comunicación y la inteligencia emocional (la capacidad para percibir, expresar, comprender y gestionar nuestras emociones y sentimientos). Todo ello redunda en un aumento de la calidad de las relaciones interpersonales.
- Consecuentemente, el mindfulness crea equipos de trabajo más comprometidos, creativos y productivos, sentando las bases para una colaboración más fructífera.
- Desde el punto de vista del liderazgo, esta herramienta constituye una competencia directiva clave para mejorar las funciones ejecutivas, para aprender a priorizar las cuestiones preferentes y potenciar la visión estratégica de la empresa.
El objetivo del mindfulness pasa, pues, por alcanzar un profundo estado de conciencia y concentración, apartando el malestar mental, desterrando un déficit de atención en el momento presente. Para ello, este tipo de meditación se practica a partir de ejercicios que combinan diferentes técnicas centradas en la respiración, la meditación, la reflexión en silencio, la observación de los pensamientos y las emociones, la postura corporal, etc.