En un entorno tan competitivo como el actual, en búsqueda permanente de nuevos enfoques y nuevas formas de mejorar, buena parte del desarrollo empresarial gravita sobre la innovación y el fomento de la creatividad. Sumidas de lleno en la economía del conocimiento, la mayor parte de las organizaciones de nuestro país sabe que innovar es la única manera de promover el cambio que las permita seguir avanzando.
Pensar, imaginar, inventar algo nuevo, único o distinto, para encontrar la solución a un problema aportando valor. Tener ideas brillantes y materializarlas adecuadamente representa, hoy por hoy, una ventaja competitiva fundamental para diferenciarse y triunfar en el mundo de los negocios. Un proceso imposible de plasmar sin la participación directa de los trabajadores.
Conscientes del protagonismo que desempeña el capital humano dentro de cualquier organización, las empresas están obligadas a canalizar el talento creativo de sus equipos y guiarlo en la dirección apropiada. A aprovechar el potencial de las personas, sus habilidades, conocimientos y experiencias. ¿Una buena manera de hacerlo? Alentándoles a colaborar, a intercambiar opiniones y puntos de vista para sacar a relucir su cara más innovadora, una cualidad vital para ‘diseñar’ soluciones capaces de satisfacer esas necesidades.
Un intercambio creativo que, al mismo tiempo, favorece el desarrollo corporativo en todas sus facetas, evitando el estancamiento y espoleando la competitividad, fundamentos clave para toda organización que aspire a progresar y crecer.
Estimular la creatividad en los equipos de trabajo
A la hora de lanzar al mercado ideas originales que resuelvan problemas, muchas empresas descubren que desplegar la creatividad no es, a menudo, una tarea sencilla. Uno de los grandes retos en materia de gestión empresarial radica en aprender a pensar de un modo ingenioso, ocurrente. En saber explorar nuevas formas de hacer las cosas y, sobre todo, animar a los empleados a compartir esas ideas que cristalicen en productos, servicios y soluciones innovadoras.
El punto de partida en este cometido pasa por administrar correctamente a las personas y su capacidad para trabajar en equipo. Impulsar el espíritu cooperativo, el compañerismo. La unión hace la fuerza, reza el dicho. Y no le falta razón. Aplicada esta máxima al ámbito corporativo, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que, en una organización, el equipo de trabajo hace la fuerza.
A pesar de no ser una ciencia exacta, trabajar en un entorno de camaradería es determinante para promover la creatividad. En este escenario teñido de compromiso, un buen equipo de trabajo multidisciplinar y diverso, aquel que conjuga perfiles técnicos con otros más creativos, que apuesta por enfoques variados, con actitud de mejora constante y que persigue metas que van más allá de lo convencional, es más proclive al intercambio de opiniones e ideas y, consecuentemente, a la consecución de mejores logros en el proceso innovador.
Desde el punto de vista gerencial, resulta primordial ejercer un liderazgo transformacional a la hora crear conocimiento nuevo. Un estilo directivo que, basado en la estimulación intelectual, la inspiración, la motivación y la consideración personal, ayude al empoderamiento de todos los integrantes de la plantilla.
Una receta cuyo ingrediente básico será el respeto, al equipo y a las personas que lo conforman. Para ello, nada mejor que reforzar el sentido de pertenencia, involucrando a los empleados, reconociendo y agradeciendo sus aportaciones, haciendo que se sientan valorados. Con ello, mejorará el flujo de trabajo y el clima laboral. La comunicación (precisa, bien organizada y accesible para todos) resulta un elemento crucial en este quehacer.
Llegado el momento de ejecutar este trabajo en equipo, cada vez más empresas recurren al uso de herramientas colaborativas de gestión de tareas, instrumentos que, además de facilitar la participación de los empleados en el pensamiento creativo, ayudan a optimizar el trabajo interno, a mejorar la productividad y la eficiencia organizacional.
Hoja de ruta del proceso creativo
Desarrollar buenas ideas que conduzcan al hallazgo de soluciones creativas con valor diferencial es un desafío complejo para el tejido empresarial. Conseguirlo, por lo general, no es una labor rápida ni fácil.
Al hablar de innovación deberíamos olvidarnos de la improvisación, del azar. Nos encontramos ante un proceso ordenado, planificado, que combina momentos creativos, de corte emocional, con otro ciclo más racional y analítico, donde hay que evaluar convenientemente todas las implicaciones para concretar dicha idea.
La hoja de ruta en un proceso tradicional de innovación sigue, pues, unas pautas establecidas. Un guion que comprendería, grosso modo, cuatro fases principales: Presentación, Colaboración, Evaluación e Implementación. Sin embargo, estos pasos no son exclusivos ni excluyentes, ya que los diversos enfoques y etapas a seguir varían en función de las metas y planteamientos de la propia empresa.
Fase de Presentación. Todo proceso creativo arranca con la necesidad de conocer la situación actual: identificar un problema para hallar una solución o dar con una posible respuesta. En esta primera etapa se busca incentivar la participación de todos los miembros del equipo, una fuente de información muy valiosa, invitándoles a que expongan sus puntos de vista para, de este modo, contar con un amplio abanico de alternativas.
Entre las técnicas más utilizadas para ello encontramos los mapas mentales (representaciones gráficas para visualizar y asociar información) o la lluvia de ideas (Brainstorming). Lo ideal, no descartar ninguna opinión en este momento inicial.
- Fase de Colaboración. Una vez exploradas y compiladas todas las opciones lógicas para solventar una determinada dificultad, llega el momento de organizarlas, analizarlas e interpretarlas. La finalidad no es otra que la de filtrar aquellas ideas que presentan un mayor potencial y, al mismo tiempo, descartar las que no resulten prácticas o viables para tal propósito.
- Volviendo al trabajo en equipo, al aspecto colaborativo, la intervención de todos los participantes genera un conocimiento común decisivo para seguir avanzando. Cabe señalar, igualmente, la importancia de alcanzar un consenso en este punto. Por el contrario, si no hubiera acuerdo, se debe trabajar en la búsqueda de una solución diferente hasta que, de un modo gradual, las ideas se restrinjan a aquellas aceptadas por todos.
- Fase de Evaluación. A continuación, con las propuestas acotadas y consensuadas, el siguiente peldaño en este itinerario de emprendimiento creativo tiene que ver con la valoración pormenorizada de esas opciones (una lista corta de ideas) por parte de las personas apropiadas, que serán las encargadas de determinar si la solución elegida es viable -o no- para su posterior implementación.
- Ese personal especializado realiza un análisis detallado de todas las alternativas con el fin de recopilar la mayor cantidad de información posible para determinar si las ideas seleccionadas responden adecuadamente a esos problemas y presentan una oportunidad real de negocio. Entre otros aspectos, se tendrán en cuenta las necesidades reales del mercado, de los clientes y consumidores; el alcance potencial de éxito, el beneficio asociado, sus riesgos, costes y viabilidad, etc.
- Fase de Implementación. En este último estadio se pondrán en marcha las acciones previstas con anterioridad en la etapa de evaluación. Para ello, dentro de la planificación, se efectuarán test, pruebas de concepto y de mercado con el propósito de probar si la idea madurada, prototipada, funciona correctamente. La retroalimentación obtenida permitirá sacar las conclusiones pertinentes de cara a su futura comercialización.